viernes, 9 de febrero de 2018

Puntualidad


Alguien dijo que la impuntualidad no es por falta de tiempo, sino por falta de educación.


Michel Bates renunció por llegar tarde ¡dos minutos! al Parlamento de R.U.
Por: Daniel Uicab Alonzo
La semana pasada se publicó en la prensa que un funcionario del Reino Unido llegó dos minutos tarde a una cita en la Cámara de los Lores y presentó su renuncia, hecho que confirma aquello de la “puntualidad inglesa” que, por cierto, no es un mito, porque en ese país llegar regularmente tarde al trabajo es un despido asegurado. Los horarios se respetan y se demandan en una sociedad que valora en gran medida el buen funcionamiento de los servicios, como el transporte.

"Durante los cinco años en los que he tenido el privilegio de responder a las preguntas de la legislatura en nombre del gobierno, siempre he creído que debemos elevarnos a los más altos estándares de cortesía y respeto", dijo un apenado Michel Bates, secretario de Desarrollo Internacional, al presentar su dimisión por llegar ¡dos minutos tarde!

De la puntualidad se dice que es “deber de caballeros, cortesía de reyes, hábito de gente de valor y costumbre de personas bien educadas”. Es condición sine qua non de los militares, ya que el reglamento sanciona con arresto llegar tarde, incluso en los pases de lista estando en el cuartel o en el barco. Pero, ¿cuándo perdimos la puntualidad? Quizá nunca la aprendimos, ni como personas ni como país.

Los mexicanos nos caracterizamos por ser impuntuales. De hecho da una mala impresión quien llega a tiempo al trabajo, a una reunión y no digamos a una fiesta. “A las ocho para comenzar ocho y media o nueve”, solemos decir. Pero esto no es cuestión cultural, sino de educación. Y no somos los únicos. 

Hace casi 15 años, Ecuador inició una cruzada nacional para erradicar la “hora ecuatoriana”, una mala costumbre que consistía en empezar  los compromisos sociales o particulares al menos 30 minutos o una hora después, demoras que les costaban millones de dólares. ¿Será necesaria una campaña similar en México? Nos parece que no, y tampoco hay que ingresar al Ejército o a la Marina para aprender a ser puntuales.

Lo que sí debemos hacer es inculcar la puntualidad a nuestros hijos, hacerles ver que en ella está imbuido el respeto al tiempo de los demás y al nuestro. Nadie nos enseña a ser impuntuales, pero sí podemos aprender lo contrario.

Alguien dijo que la impuntualidad no es por falta de tiempo, sino por falta de educación.

Por cierto, la primera ministra inglesa Theresa May no aceptó la renuncia de Michael Bates.

 

Anexo “1”

¡Hombre al agua!

A propósito de la puntualidad, reproduzco esta anécdota vivida en la Marina.
Una mañana de 1974, nuestro guardacostas “Ignacio L. Vallarta” zarpaba de Acapulco en cumplimiento de orden de operaciones. El oficial de guardia reportó un faltista: el fogonero Dagoberto Cantero Medina. 

Bajito, moreno, de pelo encrespado e inconfundible acento jarocho, Cantero era apreciado por el jefe y oficiales de máquinas por su disposición al trabajo. Gran compañero a bordo, lo recuerdo siempre sonriente, con su uniforme de faenas, birrete y zapatos llenos de grasa, y un trapo con diesel en la bolsa trasera (generalmente un pedazo de toalla desaparecida de algún marinero). Excelente nadador, era el encargado de liberar el cable “espía” que se daba desde popa hasta una boya cercana.

Esa mañana del zarpe, alguien gritó desde la maniobra de popa: “¡hombre al agua!”. Era Cantero que había llegado tarde y se arrojó desde el muelle tratando de alcanzar a nado el barco. Al saber de quién se trataba, el comandante ordenó parar máquinas y le lanzaron una escala (escalera de cuerdas) para que subiera a bordo.

No, no se salvó del arresto, pero sí de que lo dieran por desertor, porque la falta tiene este agravante cuando un barco se encuentra cumpliendo orden de operaciones. Sí, había faltistas reincidentes, pero estos no terminaron su travesía, un consejo de honor los desembarcó de la Marina.
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Publicado en Novedades de Quintana Roo.