Alguien dijo que la impuntualidad no es por falta de tiempo, sino por falta de educación.
Michel Bates renunció por llegar tarde ¡dos minutos! al Parlamento de R.U. |
Por: Daniel Uicab Alonzo
La
semana pasada se publicó en la prensa que un funcionario del Reino Unido llegó
dos minutos tarde a una cita en la Cámara de los Lores y presentó su renuncia,
hecho que confirma aquello de la “puntualidad inglesa” que, por cierto, no es
un mito, porque en ese país llegar regularmente tarde al trabajo es un despido
asegurado. Los horarios se respetan y se demandan en una sociedad que valora en
gran medida el buen funcionamiento de los servicios, como el transporte.
"Durante
los cinco años en los que he tenido el privilegio de responder a las preguntas
de la legislatura en nombre del gobierno, siempre he creído que debemos
elevarnos a los más altos estándares de cortesía y respeto", dijo un
apenado Michel Bates, secretario de Desarrollo Internacional,
al presentar su dimisión por llegar ¡dos minutos tarde!
De
la puntualidad se dice que es “deber de caballeros, cortesía de reyes, hábito
de gente de valor y costumbre de personas bien educadas”. Es condición sine qua non de los militares, ya que el
reglamento sanciona con arresto llegar tarde, incluso en los pases de lista
estando en el cuartel o en el barco. Pero, ¿cuándo perdimos la puntualidad?
Quizá nunca la aprendimos, ni como personas ni como país.
Los
mexicanos nos caracterizamos por ser impuntuales. De hecho da una mala
impresión quien llega a tiempo al trabajo, a una reunión y no digamos a una
fiesta. “A las ocho para comenzar ocho y media o nueve”, solemos decir. Pero
esto no es cuestión cultural, sino de educación. Y no somos los únicos.
Hace
casi 15 años, Ecuador inició una cruzada nacional para erradicar la “hora
ecuatoriana”, una mala costumbre que consistía en empezar los compromisos sociales o particulares al
menos 30 minutos o una hora después, demoras que les costaban millones de
dólares. ¿Será necesaria una campaña similar en México? Nos parece que no, y
tampoco hay que ingresar al Ejército o a la Marina para aprender a ser
puntuales.
Lo
que sí debemos hacer es inculcar la puntualidad a nuestros hijos, hacerles ver
que en ella está imbuido el respeto al tiempo de los demás y al nuestro. Nadie nos
enseña a ser impuntuales, pero sí podemos aprender lo contrario.
Alguien
dijo que la impuntualidad no es por falta de tiempo, sino por falta de
educación.
Por
cierto, la primera ministra inglesa Theresa May no aceptó la
renuncia de Michael Bates.
Anexo “1”
¡Hombre al agua!
A propósito de la puntualidad,
reproduzco esta anécdota vivida en la Marina.
Una
mañana de 1974, nuestro guardacostas “Ignacio L. Vallarta” zarpaba de Acapulco
en cumplimiento de orden de operaciones. El oficial de guardia reportó un
faltista: el fogonero Dagoberto Cantero Medina.
Bajito, moreno, de pelo
encrespado e inconfundible acento jarocho, Cantero era apreciado por el jefe y
oficiales de máquinas por su disposición al trabajo. Gran compañero a bordo, lo
recuerdo siempre sonriente, con su uniforme de faenas, birrete y zapatos llenos
de grasa, y un trapo con diesel en la bolsa trasera (generalmente un pedazo de
toalla desaparecida de algún marinero). Excelente nadador, era el encargado de
liberar el cable “espía” que se daba desde popa hasta una boya cercana.
Esa
mañana del zarpe, alguien gritó desde la maniobra de popa: “¡hombre al agua!”.
Era Cantero que había llegado tarde y se arrojó desde el muelle tratando de
alcanzar a nado el barco. Al saber de quién se trataba, el comandante ordenó
parar máquinas y le lanzaron una escala (escalera de cuerdas) para que subiera
a bordo.
No,
no se salvó del arresto, pero sí de que lo dieran por desertor, porque la falta
tiene este agravante cuando un barco se encuentra cumpliendo orden de
operaciones. Sí, había faltistas reincidentes, pero estos no terminaron su
travesía, un consejo de honor los desembarcó de la Marina.
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Publicado en Novedades de Quintana Roo.