domingo, 16 de marzo de 2014

Un cuento sobre Pemex

Por: Daniel Uicab Alonzo

Eran los primeros años de la década de los 70. Gigantescos buques-tanques de Pemex fondeaban en la base naval de Icacos, en Acapulco, casi besando la playa para descargar en un par de días sus miles de toneladas de combustibles mientras emergía su impresionante ‘obra viva’. 

Los veíamos desde nuestros guardacostas de la Armada, con “envidia de la buena”. Muchos deseaban embarcarse en alguno de esos buques petroleros que entonces llevaba nombres de presidentes: Guadalupe Victoria, Abelardo L. Rodríguez, Lázaro Cárdenas, y cuyas tripulaciones integraban una veintena de marinos.

Cien mil pesos –se decía– costaba una plaza en Pemex, que se recuperaban en un par de años, por los sueldos privilegiados y otras prestaciones a los trabajadores, que se mantienen a la fecha. Varios buzos de la Primera Compañía de Trabajos Submarinos, e incluso ingenieros mecánicos navales egresados de la Heroica Escuela Naval escucharon el canto de las sirenas y migraron a Pemex (otros lo hicieron a la CFE) en busca de mejor futuro. Lo paradójico: ahora la Marina construye barcos para Petróleos Mexicanos.

Gigantescos buques de Pemex fondeaban en los puertos.

Eran tiempos del presidente Luis Echeverría Álvarez; Antonio Dovalí Jaime dirigía la pujante paraestatal, y Joaquín Hernández Galicia “La Quina” estaba en el apogeo de su poder al frente del sindicato petrolero fundado en 1935, poder que le duraría solo un par de sexenios más.

Por esos años, Pemex despuntaba como la empresa que aportaba mayores recursos a la nación. Apenas en 1971, el pescador Rudecindo Cantarell había descubierto una mancha de aceite que brotaba en el mar de Campeche. “Ocho años después, la producción del pozo Chac marcaría el principio de la explotación de uno de los yacimientos marinos más grandes del mundo: Cantarell”.

Años después, con el ‘boom’ petrolero, José López Portillo nos exhortaría a prepararnos para administrar la abundancia del oro negro… que nunca llegó. Lo que sí llegó fue el escándalo de su amigo Jorge Díaz Serrano, acusado de un fraude por 35 millones de dólares por haber comprado dos buques-tanques con un sobreprecio durante su gestión al frente de Pemex… y la paraestatal siguió siendo el arca abierta y la caja chica del Gobierno y de sus directores...

Todo lo anterior son acaecimientos, registros de la historia, anécdotas; lo que dicen hoy Emilio Lozoya Austin, y otros funcionarios del Gobierno, de que Pemex no está implicado en el mega fraude de Oceanografía, ése es el cuento.